El amor no piensa en sí, es delicado y fiel; ama a Dios por Él mismo y no por la paga, pues él se es así mismo bastante paga. Aguanta en las horas turbias, sobrepuja amarguras; las aguas de la aflicción no llegan a apagarlo; es callado y no gusta de muchas palabras; porque el amor grande es casto y recatado. Valiente y confiado, y con todo respetuoso, odia la plebeya confianza y descorteses maneras ante el incomprensible Dios, pues no es amor a un cualquiera, sino amor a todo un Dios. El amor es un adherirse a otro, un darse todo a otro; por ello todo lo noble e indeciblemente sabroso encerrado en lo supremo y último que un corazón amante puede hacer, deriva de aquello que se ama. Por ello es tan supereminentemente santo el amor de Dios; por ello es inextinguible.
Karl Rahner, S.J.