RUPNIK |
Lo «insólito» no le confiere al cristiano las características de un hombre notable y señalado, sino el rechazo o la denuncia en su propia vida de todo lo que pueda alterar su parecido con Jesucristo. No se trata de la brillante realización de un hombre cristiano, sino del mismo Cristo de siempre que muestra su rostro a través del de un hombre.
Un hombre que no sólo cree en Dios, sino que debe amarle como un hijo ama a un padre amoroso y todopoderoso, a la manera de Cristo.
No sólo depende de Dios, sino que es soberanamente libre por voluntad de Dios.
No sólo ama a su prójimo como a sí mismo, sino que debe amarlo «como Cristo nos ha amado», a la manera de Cristo.
No sólo es hermano, sino un hermano bueno en sus palabras y en sus actos. Para esta bondad no hay límites ni dispensa.
No sólo es hermano de su prójimo cercano, sino del prójimo universal.
No sólo es hermano legal, sino hermano práctico, accesible: no tiene que rebajarse para nadie, no hay distancia; es el prójimo de todos, no se rebaja ni se eleva: está al mismo nivel; sin privilegios y sin derechos: sin superioridad.
No sólo da, sino que comparte; presta, pero no reclama; está disponible para lo que se le pide y también para más de lo que se pide.
No sólo sin mentiras, sino también sin silencios, sin «añadiduras ».
No sólo es hermano de los que le aman, sino también de sus enemigos; no sólo soporta los golpes, sino que no se aleja del que le golpea.
No sólo no devuelve el mal, sino que perdona, olvida; y no sólo olvida, sino que devuelve bien por mal.
No sólo sufre y muere a manos de algunos, sino que sufre y muere por ellos; y no sólo una vez, sino en cada ocasión.
No sólo juzga con justicia, sino que no juzga a nadie.
No sólo comparte lo que es y lo que tiene, sino que da lo único que Dios le ha dado personalmente: su propia vida.
No sólo combate el mal interior —en él mismo—, sino también el exterior; y no sólo lucha contra el mal allí donde esté, sino contra sus frutos: la desdicha, el sufrimiento o la muerte. Pero combate por el bien y sin cometer el mal y, si se trata de la felicidad de muchos, no acepta compensarla con la desgracia de uno solo.
No sólo combate el mal en el mundo, sino que acepta el sufrimiento que debe soportar.
No sólo lo acepta, sino que lo acepta de buen grado, voluntariamente, porque es la energía, la eficacia, el arma del combate cristiano.
No sólo combate, sino que combate sin gloria, para que Dios sea glorificado, sea santificado su nombre y venga su reino.
No sólo acepta no parecer un héroe, sino no serlo.
No sólo acepta no ser admirado, sino ser ignorado; no sólo admite no tener la estima ajena, sino tampoco la propia.
No sólo emplea todas sus fuerzas en la tarea, sino que ignora para qué sirve esa tarea; no sólo ignora quién la empezó o la continúa, sino que ignora la obra de Dios en la que se utiliza.
No sólo combate, sino que es pacífico, porque lo que el Dios todopoderoso e infinitamente amoroso ha empezado o continúa, él siempre lo termina con fuerza y con amor. Espera de Dios con una confianza «inagotable» eso por lo que trabaja con todas sus fuerzas y sus fuerzas no pueden realizar. Pide a Dios que se haga su voluntad; espera de Dios que venga su reino. La oración es para él la energía de la acción.
No sólo ama la vida porque Dios la ha hecho, sino que es feliz de vivir una vida que es eterna para todos los hombres.
No sólo es feliz de vivir, sino que es feliz de morir, porque morir es nacer a la eternidad, porque todo hombre será juzgado por el amor de Dios, por la justicia compasiva de Dios; no sólo porque la creación es hija de Dios, sino porque su belleza, incluso saboteada, es indestructible; no sólo porque el hombre está sumergido en los bienes de Dios, sino porque Dios sólo permite el mal para que de él nazca un bien mejor.
No sólo actúa en el tiempo, sino que espera los frutos de eternidad cuya semilla siembra él en el tiempo. Esto es lo que él denomina «esperanza».
No sólo es feliz porque vive gracias a Dios y para Dios, sino porque vivirá y hará vivir a sus hermanos con Dios para siempre.
Madeleine Delbrêl (La Alegría de Creer)