31.10.11

¡Todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás! Jn 11,26

Película: El lado oscuro del corazón
Diálogo entre Oliverio y la MUERTE
Oliverio: Es mejor herido que dormido, como hasta ahora...
Muerte: ¡Te gusta sufrir!
Oliverio: A veces una herida te recuerda que estás VIVO, es esto el Amor, mi estupida muerte, es esto... cómo explicártelo ¡pobrecita!, si entendieras esto estarías viva.
Ana me partió el corazón, pero al herirlo lo creó, ¡nunca lo entenderías!.
¡Mi pobre Ana, mi querida Ana!
Nunca hubiera podido pagarte esto que hiciste en mí.
¡Iluminaste el lado oscuro de mi corazón!
POR QUÉ DECIDISTE PERMANECER POBRE, ¡DEJÁNDOME A MÍ TAN RICO!

¡Mirad qué amor nos ha tenido el Padre!


Para los hijos de Dios la tierra es una casa de su Padre del Cielo. Todo lo que hay sobre la tierra, y el mismo suelo, le pertenece. Sí, verdaderamente, la tierra es una casa de su Padre. No desprecian ninguna habitación, ningún continente, ni ninguna minúscula isla, ni ninguna nación, ni ningún patio; ninguna de esas habitaciones, que son las plazas, las aceras, las oficinas, las tiendas, los muelles, las estaciones...Tienen que crear en ella el espíritu de familia.
Cada mañana, cuando van por la calle, se maravillan al ver con sus ojos carnales a todos estos hermanos a los que sólo encontraban, desde siempre, en la espesura de la fe. No pueden separarse de ellos, ni tratarlos como extraños; la propiedad de un asiento resulta discutible; las propiedades comerciales mucho menos intransigentes. Las distinciones sociales se tambalean. Las categorías de los valores humanos se vuelven frágiles.
Pocas diferencias caben frente a este título común de hijo de Dios: no son más importantes ni más visibles que un hilo de color sobre la superficie de una sábana blanca. Como en la radiografía se ve desaparecer en la pantalla la ropa, los músculos, todo lo que no es lo esencial del organismo; del mismo modo, ante el apelativo de hijo de Dios, desaparece todo lo que no es nuestro parentesco teologal.
Madeleine Delbrêl