Esto eres Tú, Dios mío. Tú eres todo en todo. Y en cada cosa, en la cual eres, lo eres todo. Cada cosa que sabemos existe en ti, en ilimitación infinita, no desplaza cualquier otro objeto del imperio de la realidad, sino que le da cabida en su propia anchura sin término. En ti se estructura de tal manera el saber como saber infinito, que esta omnisciencia se convierte en omnipotencia, y la temible inflexibilidad de tu omnipotencia se torna por sí misma en la fuerza irresistible de tu bondad. Y así, todo lo que en la estrechez de mi limitación se angustia, se atropella y lucha, se convierte, en ti, en una infinitud, que es a la vez unidad e infinitud. Cada una de tus propiedades es, desde luego, por sí misma todo tu ser incomensurable. Lleva en su propio seno toda la realidad. Así hay al menos alguien a quien debe uno atenerse sin reservas e infinitamente, sin orden, y a quien se puede amar todo cuanto uno quiere. Y ése eres Tú. En el amor de tu santa inconmensurabilidad se vuelve soportable nuestra vida de disciplina, de medida y orden. En ti nuestro corazón puede dilatarse en su nostalgia hacia lo infinito, sin perderse. En ti puede uno desperdigar el corazón en cada cosa aislada y no por ello pierde el todo, porque cada cosa en ti lo es todo. Si llegamos a hallarnos por el amor dentro de ti, entonces desaparece, por decirlo así, la estrechez de nuestra finitud, al menos durante la hora de este amor, y otra vez quedaremos apaciguados de la rutinaria limitación de nuestra finitud.
Karl Rahner (Oraciones de vida)
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