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20.6.12

ORAR

RUPNIK
Primero, yo hablo, Tú escuchas;
luego, Tú hablas, yo escucho;
más allá, no hablamos ninguno de los dos, los dos escuchamos;
al final, ninguno habla, ni escucha:
sólo hay silencio.


Anthony de Mello
 La oración de la rana, vol.I. Ed. Claret, Barcelona 1997, p.34.

 
Etapas en la vida de oración: De la necesidad al deseo; del deseo al silencio

La oración no es un tiempo, ni una actividad, sino un estado de comunión. Toda comunión supone un “yo” y un “tú”. Ahora bien, cuanto más ahondamos en nuestro “yo”, más nos adentramos en el “Tú” de Dios, hasta convertirnos Uno. Podemos distinguir tres estadios en la vida de oración:

En la necesidad, el centro de gravedad es mi yo, mis exigencias, mis maneras limitadas de ver y de interpretar las presencias y ausencias de Dios...

En el deseo, el centro empieza a desplazarse hacia el Tú de Dios, y estoy más atento a lo que se me dice que a lo que yo quiero decir. Para percibir los matices de este desplazamiento, es ilustrativa la distinción que hace Teresa de Jesús entre contentamientos y gustos. “Los contentamientos me parece que son aquellos que adquirimos con nuestra meditación y peticiones a nuestro Señor, y proceden de nuestra naturaleza” (Cuartas Moradas, 1,4). Es decir, se trata de una satisfacción que todavía se refiere a uno mismo. “Empiezan de nuestro propio natural, si bien acaban en Dios” (íbid.). Los “gustos”, en cambio, son don de Dios y no pueden ser provocados: “Todo nuestro interior se dilata y se engranda, y no se puede expresar todo el bien que resulta de ello” (4M 2,6). El yo va despojándose cada vez más de sí mismo para llegar a otra Orilla: el Silencio.

En el silencio, ya no hay “yo” ni “tú”, sino una com-unión que va más allá del mero “nosotros”. No se trata tampoco de una fusión, si por “fusión” entendemos “disolución” de la propia identidad, sino que es la participación en la comunión trinitaria, en la que se da la unión de Personas sin confusión. Como dice Henri Le Saux, “nunca alcanzaremos verdaderamente a Dios con un pensamiento objetival, sino en el fondo mismo de la experiencia purificada de mi propio “yo”, que es participación del único Yo divino. Para que sea plenamente verdadero, el “Tú” de mi oración tiene que fusionarse con el “Tú” que desde siempre el Hijo le dice al Padre, en aquel Yo-Tú indivisible de la Unitrinidad” (Despertar a sí mismo... Despertar a Dios, Ed. Mensajero, Bilbao 1989, pp.97-98.)
Javier Melloni, sj.
Itinerario hacia una vida en Dios.  Pág.29

17.9.11

«... Al ver a otros que estaban en la plaza parados,les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo"»


Una vez decidió Dios visitar la tierra y envió a un ángel para que inspeccionara la situación antes de su visita.
Y el ángel regresó diciendo:
«La mayoría de ellos carece de comida; la mayoría de ellos carece también de empleo».
Y dijo Dios: «Entonces voy a encarnarme en forma de comida para los hambrientos y en forma de trabajo para los parados».

                                                                                                Anthony de Mello

EL DIOS-ALIMENTO

29.8.11

Las campanas del templo: Un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar...


LAS CAMPANAS DEL TEMPLO

El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.

Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.

Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, par decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón...

¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría.

Anthony de Mello

15.8.11

Abandona tu nada: «Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos» Mt 19,23


Pensaba que era de vital importancia ser pobre y austero. Jamás había caído en la cuenta de que lo vitalmente importante era renunciar a su «ego»; que el «ego» engorda tanto con lo santo como con lo mundano, con la pobreza como con la riqueza, con la austeridad como con el lujo. No hay nada de lo que no se sirva el «ego» para hincharse.
De tu nada puedes hacer una auténtica posesión. Y llevar contigo tu renuncia como un trofeo.
                                        

No abandones tus posesiones. Abandona tu «ego».
Anthony de Mello (Abandona tu nada)


3.8.11

«Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho... y ser matado y resucitar al tercer día. » Mt 16, 21

Rupnik
UNA VITAL DIFERENCIA

Le preguntaron cierta vez a Uwais, el Sufí:
«¿Qué es lo que la Gracia te ha dado?». Y les respondió:
«Cuando me despierto por las mañanas, me siento como un hombre que no está seguro de vivir hasta la noche».
Le volvieron a preguntar:
«Pero esto ¿no lo saben todos los hombres?».
Y replicó Uwais:
«Sí, lo saben, Pero no todos lo sienten»
Anthony de Mello

24.7.11

¿Por qué hablas sobre Él?

EL CANTO DEL PAJARO
Los discípulos tenían multitud de preguntas que hacer acerca de Dios.
Les dijo el Maestro:
«Dios es el Desconocido y el Incognoscible.
Cualquier afirmación acerca de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas,
no será más que una distorsión de la Verdad».
Los discípulos quedaron perplejos: «Entonces,
¿por qué hablas sobre Él?».
«¿Y por qué canta el pájaro?», respondió el Maestro.
El pájaro no canta porque tenga
una afirmación que hacer.
Canta porque tiene un canto que expresar.
Anthony de Mello

23.6.11

LA MUÑECA DE SAL: A medida que se adentraba en Él, iba disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella.

Ixcis (La muñeca de sal)
Imagen (Fano)

LA MUÑECA DE SAL

Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar. Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta de cuanto había visto hasta entonces. «¿Quién eres tú?», le preguntó al mar la muñeca de sal. Con una sonrisa, el mar le respondió: «Entra y compruébalo tú misma». Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba en él, iba disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella.Antes de que se disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada:
«¡Ahora ya sé quién soy!» «¡Ahora ya sé quién eres!».

Anthony de Mello