San Ignacio: El Peregrino (Monserrat Gudiol) |
EL NECESARIO DERRUMBRE
De Ignacio de Loyola se suele decir que vivió el inicio de su conversión durante el largo proceso de curación de su pierna herida. Sin embargo previo a ello se dio el acontecimiento que originaría todo: el cañonazo recibido, las horas herido entre los escombros de la muralla de Pamplona. Como señala acertadamente Jose Ignacio Tellechea en la biografía de Ignacio "Sólo y a pie", debemos tener en cuenta que seguramente tardaron mucho en encontrar a Ignacio y darle los primeros auxilios.
Ignacio llega a Pamplona como un hombre criado en la corte de Arévalo. Había desarrollado una labor diplomática notable. Tenía altas miras, incluso se dice que aspiraba a los amores de una de las infantas de Castilla. Desde luego el plan de vida de Ignacio no contaba entre sus objetivos con pequeñas cosas, para él no existía la mediocridad. Aspiraba ya a ese "magis" que luego será tan importante en la Compañía, pero en este momento simplemente era un "magis" radicado en el puro ego.
Imaginemos pues la escena: Ignacio ha llegado a Pamplona como parte de las tropas que defienden Castilla del ataque francés. Seguramente subido a la muralla ya puede imaginar los laureles del triunfo que traerá su arriesgada defensa de la ciudadela. Una bala de cañón se interpondrá entre él y la consecución del honor. Entre las ruinas de piedra de la muralla encontramos las ruinas de un plan de vida. El necesario derrumbe de las construcciones egoícas para que puedan emerger los contenidos cuya matriz está más allá, en el "hondón" de la persona.
Hoy celebramos la fiesta de San Ignacio, le cantaremos como fundador de la Compañía, patrón de Bizkaia. Pero no nos debiera pasar desapercibido que ese final tuvo en su inicio un derrumbe y una casi muerte.
Personalmente suelo evocar en ocasiones esa imagen de Ignacio entre las ruinas de las murallas de Pamplona. Me sugiere que muchos pasamos años de nuestras vidas haciendo planes, ideando proyectos que, sin embargo, deben caer, no sirven, no son reales. Nuestra mente y nuestro ego se alían y nos dan una lectura del mundo: "Para ser feliz debería tener eso o aquello", "para vivir tranquilo te hace falta...". Entonces le otorgamos a la felicidad, a la paz, a la realización personal una forma concreta, un rostro concreto, un lugar concreto, una edad, una cantidad de euros en el banco, etc. Necesitamos un cañonazo para despertar. Precisamos, a veces, casi morir para dejar que se desvele lo que hay más allá, lo que no se derrumbará nunca pero que no obstante nos aterra.
Es curioso de qué manera los seres humanos nos auto engañamos por miedo. Nos aterra la realidad. Y la realidad es que la vida sólo descubre su belleza a quien se atreve a ser despojado. Hay que subir a la muralla, si, pero para dejar que ésta se derrumbe. Lo increíble es que descubriremos que no perdemos sino aquello que debamos perder y si debíamos perderlo es que no era la pieza buena para la construcción de nuestra existencia. Urge entonces dejar ir, soltar amarras, abrir las manos con el gesto de quien deja libre a un pajarillo. Todo lo que deba regresar lo hará. Pero deberemos afinar la mirada. Aquello que es esencial estará ahí, se nos otorgará pero seguramente no con la forma, no con el rostro, no con la apariencia que nuestra mente se empeñaba en darle. Deberemos vivir un tiempo de adaptación de la mirada. Nos sentiremos, al principio, un tanto huérfanos, muy vulnerables, como desorientados. Es normal. Como Ignacio, pasaremos un tiempo paralizados y doloridos entre las ruinas. Pero alguien vendrá y nos rescatará. Alguien nos alzará, nos llevará en volandas. Esta es la buena noticia que siente dentro de sí el creyente: Alguien es capaz de alzarnos de entre el polvo. Alguien amoroso nos cura las heridas. Alguien paciente espera a que sepamos ver y mirar mirándonos Él con infinita ternura.
Feliz fiesta de San Ignacio, fiesta del derrumbe de lo falso, fiesta del nacimiento procesual a una mirada nueva, a una comprensión nueva de las cosas y de Dios. Quizá quedemos heridos, con una señal en la pierna, con una cojera de por vida, pero será herida de vida, no herida de muerte, cojera que nos recuerde que lo que portamos dentro como tesoro de sabiduría, se nos dio, no nos pertenece. GORA SAN INAZIO!!
Escrito y publicado por: Elena Andrés Suaréz en el blog "Regreso a casa: Educar la interioridad"
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