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26.12.12


Nochebuena

Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua.

En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
-Decile a... -susurró el niño-
Decile a alguien, que yo estoy aquí.

Eduardo Galeano

7.4.12

Él- Vencedor

Cuenta Eduardo Galeano que en la isla de Vancouver los indios celebraban torneos para medir la grandeza de los príncipes. Los rivales competían destruyendo sus bienes. Arrojaban al fuego sus canoas, su aceite de pescado y sus huevos de salmón; y desde un alto promontorio echaban al mar sus mantas y sus vasijas. Vencía el que se despojaba de todo.

1.1.12

«¿Quién eres tú?» Jn 1,19

J Bautista (RUPNIK)
Por los caminos voy, como el burrito de San Fernando, un poquito a pie y otro poquito andando.
A veces me reconozco en los demás. Me reconozco en los que quedarán, en los amigos abrigos, locos lindos de la justicia y bichos voladores de la belleza y demás vagos y mal entretenidos que andan por ahí y por ahí seguirán, como seguirán las estrellas de la noche y las olas de la mar.
Entonces, cuando me reconozco en ellos, yo soy aire aprendiendo a saberme continuado en el viento.
Me parece que fue Vallejo, César Vallejo, quien me dijo que a veces el viento cambia de aire.
Cuando yo ya no esté, el viento estará, seguirá estando.
Eduardo Galeano

13.11.11

«¿Qué quieres que te haga?» El dijo: «¡Señor, que vea!» Lc 18,41


Los colores
En algún lugar del tiempo, más allá del tiempo, el mundo era gris. Gracias a los indios Ishir, que robaron los colores a los dioses, ahora el mundo resplandece; y los colores del mundo arden en los ojos que los miran.
Ticio Escobar acompañó a un equipo de la televisión española que vino al Chaco para filmar escenas de la vida cotidiana de los Ishir. Una niña indígena perseguía al director del equipo, silenciosa sombra pegada a su cuerpo, y lo miraba fijo a la cara, de muy cerca, como queriendo meterse en sus raros ojos azules.
El director recurrió a los buenos oficios de Ticio, que conocía a la niña, y la muy curiosa le confesó:
-Yo quiero saber de qué color mira usted las cosas.
-Del mismo que tú -sonrió el director.
-¿Y cómo sabe usted de qué color veo yo las cosas?
Eduardo Galeano

9.11.11

«Vedlo aquí» Lc 17, 21


«Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia pudo subir a lo alto del cielo. A su vuelta contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. "El mundo es eso", reveló, "un montón de gente, un mar de fueguitos". Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende»
Eduardo Galeano

9.4.11

V Domingo de Cuaresma: "Pequeña muerte" pincha para leer el evangelio

La pequeña muerte (Eduardo Galeano)
No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje,
 a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto,
nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor,
aunque sea jubiloso dolor,
 lo que pensándolo bien nada tiene de raro,
porque nacer es una alegría que duele.
Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo,
 que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra
 y acabándonos nos empieza.
Pequeña muerte, la llaman; pero grande ,
muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.